Mi respuesta es negativa. No siempre es posible encaminar las cosas por vía no violenta. Pero podríamos también afirmar que, cuando ese es el caso, no llegan a resolverse las raíces del conflicto o se gestan otros nuevos por el método violento empleado para abordarlo.
Entre los que trabajamos con conflictos hay una fuerte corriente pacifista y religiosa que no duda en afirmar que incluso la II Guerra Mundial pudo haberse evitado si se hubiese dialogado más con Hitler. Como historiador me resisto a creer que Hitler hubiese hecho otra cosa que lo que siempre hizo en esos casos: manipular las conversaciones ganando tiempo para el rearme de Alemania.
Si de especular se trata –y los historiadores evitamos ese ejercicio- más interesante sería preguntarse si hubiese resultado factible y útil acercarse tempranamente a otros que rodeaban a Hitler y al propio pueblo alemán para tender puentes de entendimiento y aislar al caudillo en su intolerancia. En ese sentido la pregunta acerca de si era posible dialogar con Hitler para evitar la guerra es legítima, pero no suficiente. El problema al usarse la violencia es que con ella no llega a resolverse el conflicto en sus raíces. Tomen el ejemplo de la invasión y ocupación hace décadas de parte de Chipre por Turquía. Las partes fueron separadas por una operación de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas cuya presencia y mandato son renovados cada año desde entonces. Pero mantener la paz por medio de una tercera fuerza que separe a los combatientes no equivale a construir una paz auto sostenible. Eso requiere de una prolongada y amplia estrategia de reconciliación en la que participen las respectivas sociedades civiles afectadas por la conflagración. A esto último se han dedicado menos recursos que a lo primero, por lo que se ha eternizado la necesidad de la presencia de los cascos azules de la ONU en aquella isla del Mediterráneo. De no resolverse ese reto, es posible que el día que se marchen vuelva a olerse la pólvora.
Algunos pacifistas ven un peligro en admitir que a veces la violencia resulta inevitable. Creen que si se parte de ese presupuesto la tendencia aprendida por milenios es a emplearla como primera opción. Cuando eso ocurre se descarta de forma superficial toda la potencialidad que contiene la no violencia. Lo cierto es que cuando el diálogo se hace imposible se deben primero ensayar las estrategias de resistencia no violenta. Cuando el compromiso constructivo no está a la vista puede intentarse mantener y hasta intensificarse la confrontación, pero conteniendo el ejercicio de la violencia. Eso es lo que algunos llaman confrontación constructiva. Aun si hubiese que llegar a una situación violenta de ambas partes, es posible todavía distinguir entre la que se ejerce entre las fuerzas beligerantes y la que se emplea –sea por los estados o grupos irregulares- para aterrorizar a la población y someterla a uno de los bandos en pugna.
Pero esa, a fin de cuentas, es mi opinión. ¿Qué creen ustedes?
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